Buenos Aires - La Reina del Plata
Hasta fines del siglo XIX
Hasta fines del siglo XIX
El gobierno que sucedió al virrey, la Primera Junta, consideró que tenía todos los poderes de aquel. Lo mismo entendieron los gobiernos que le sucedieron: Junta Grande, Primer y Segundo Triunvirato, y Directorios. La Primera Junta pretendió además designar a los gobernadores-intendentes, enviar ejércitos y recaudar los derechos de aduana. Esto hizo que el resto del virreinato sintiera que la revolución solo había sustituido el poder central del virrey por el de Buenos Aires, sin obtener ninguna ventaja.
En 1815 las provincias se rebelaron contra el gobierno central al ser designado Carlos María de Alvear como Director Supremo. Este fue depuesto tres meses después, lo que obligó a insuflar un nuevo motivo de fervor por la Revolución. Así surgió la necesidad de declarar, en el Congreso de Tucumán de 1816, lo que ya era un hecho: la independencia del virreinato con respecto a España.
Aquel congreso se trasladó luego a Buenos Aires, y elaboró la Constitución de 1819, que no funcionó y fue desechada por los federales.
Al año siguiente las fuerzas federales derrotaron al Directorio y se creó la provincia de Buenos Aires, siendo su primer gobernador Manuel de Sarratea quien firmó con los vencedores el Tratado del Pilar.
Luego de un período de inestabilidad, Martín Rodríguez fue designado gobernador y sus ministros, entre los que se destacaba Bernardino Rivadavia, iniciaron un período de orden y reformas: se creó el
Registro Nacional, se fundó la Administración de Vacuna y el Archivo General de Buenos Aires y se inauguró la Bolsa Mercantil.
En el aspecto cultural se destacó la inauguración de la Universidad de Buenos Aires y se creó la Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
A fines de 1824 se reunió un congreso para redactar una constitución nacional pero a los pocos meses estalló la Guerra del Brasil, lo que obligó a formar un ejército urgentemente, y se pensó que también se tenía que formar un Poder Ejecutivo Nacional para unificar el mando militar.
De modo que, sin empezar siquiera a discutir una constitución que le diera marco legal al cargo, el 6 de febrero de 1826 se sancionó la ley de presidencia, creando un Poder Ejecutivo Nacional Permanente, con el título de «Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata».
Se nombró a Rivadavia como el primer presidente en febrero de 1826, lo que no fue bien recibido en las provincias.
Rivadavia presentó a ese congreso un proyecto de capitalización de Buenos Aires, la ciudad y gran parte de la campaña circundante se proclamaba capital del Estado. El federalismo porteño se opuso, en defensa de las instituciones de las provincias garantizadas por la ley fundamental, en especial el puerto y la aduana, principal fuente de recursos de la provincia.
No obstante, la ley fue sancionada en 1826. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Las Heras cesó en su cargo por decreto del Poder Ejecutivo.
La Junta de Representantes fue disuelta, y se nacionalizaron el ejército de la provincia, las tierras públicas, la aduana y todas las propiedades provinciales.
Los hacendados, alarmados por las consecuencias que podía tener la capitalización, dejaron de apoyar a Rivadavia, y este quedó políticamente aislado.
Tres meses luego la Constitución de 1826 se aprobó pero las provincias la rechazaron.
Mientras tanto, en 1825, desembarcó en la Banda Oriental la expedición libertadora de Juan Antonio Lavalleja y sus Treinta y Tres Orientales y luego de poner sitio a Montevideo reunieron un congreso que declaró que la Provincia Oriental se reincorporaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El Congreso Nacional aceptó la reincorporación pero Rivadavia decidió entonces deshacerse de la guerra con Brasil ya que un bloqueo naval impuesto por aquel afectaba el comercio, base de la recaudación de rentas del estado.
A pesar de la contundente victoria sobre Brasil se firmó un tratado deshonroso que reconocía la soberanía del Imperio sobre la Banda Oriental y se comprometía a pagarle al enemigo una indemnización.
Aunque ante las críticas Rivadavia rechazó el convenio igualmente sufrió el costo político del pacto, que iba a ser una de las razones de su posterior renuncia.
Durante la llamada «época de Rivadavia» la ciencia y la cultura prosperaron significativamente. Su impulso reformista dio a la vida intelectual una dinámica desconocida hasta entonces, creando un clima propicio que fructificó en diversos campos a través de la obra personal de muchos individuos.
Las medidas centralistas incrementaron la enemistad de las provincias con su gobierno y la guerra con el Brasil agotó los recursos. Rivadavia tuvo que renunciar y se exilió en Inglaterra. Así, el régimen presidencial concluyó y nuevamente cada provincia se gobernó por sus propias instituciones confiando en Buenos Aires el manejo de las Relaciones Exteriores. La mayoría de los protagonistas comprometidos con el régimen caído emigró, empobreciéndose el quehacer intelectual de tendencia europeizante, principalmente en Buenos Aires.
Se abrió entonces un período de cuestionamiento a los supuestos que hasta entonces habían fundamentado las relaciones porteñas con el resto del país. En 1829, Juan Manuel de Rosas llegó al poder después de derrotar al Partido Unitario.
En 1831 derrotó al ejército unitario y dejó el gobierno en 1832 para volver en 1835, asegurándose la suma del poder público, encabezando una coalición formada por la mayor parte de la élite federal y tradicionalista de la ciudad. Rivadavianos y unitarios se vieron obligados a emigrar.
El censo de 1836 realizado en la ciudad a pedido de Rosas indicaba que había 62.000 habitantes. En 1852 ya había 85.000 en 350 manzanas edificadas.
Rosas sancionó una Ley de Aduanas que protegía la producción de las provincias, pero aumentaba notablemente los ingresos de Buenos Aires.
En esta época la ciudad enfrentó airosamente el Bloqueo francés y el Bloqueo anglofrancés.
Al derrotar Urquiza a Rosas en la batalla de Caseros, este último se exilió en Inglaterra, y así en Buenos Aires el centro de poder político quedó en manos de liberales y unitarios.
Vicente López y Planes fue designado gobernador provisorio de la provincia de Buenos Aires y por el Acuerdo de San Nicolás la aduana de la ciudad fue nacionalizada, y sus ingresos manejados por Urquiza, al designárselo Director de la Nación.
Pero la Legislatura de Buenos Aires, gracias al alegato de Bartolomé Mitre, rechazó el acuerdo, lo que provocó la renuncia del gobernador López. Urquiza pretendió asumir la conducción de Buenos Aires, pero los porteños, tras la revolución de septiembre de 1852 retomaron el control de la ciudad.
De esta manera, si bien el Estado de Buenos Aires no se declaró libre, se apartó del resto de las trece provincias que conformaron la Confederación Argentina.
A partir de Caseros la ciudad se abrió hacia la inmigración. Miles de europeos, especialmente de Italia y España le cambiaron la fisonomía a la ciudad y a su idiosincrasia. Se realizaron construcciones de todo tipo, incluyendo el primer ferrocarril de la Argentina, que unía la ciudad con el pueblo de Flores, que en aquel entonces estaba en la provincia. Los palacios y casas fueron construidos u ornamentados al estilo italiano, reemplazando al "estilo colonial".
La fundación en 1854 de la Municipalidad permitió ordenar la ciudad.
Pero la falta de higiene era un gran problema y fue recién después de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 que diezmó literalmente la población que se mejoró el problema del agua corriente y se mejoraron las condiciones de vida de la población, que en algunos lugares vivía hacinada y en 1875 se creó el amplio espacio verde del Parque Tres de Febrero.
Durante el largo proceso que llevó a la creación del Estado Nacional Argentino, Buenos Aires fue elegida lugar de residencia del Gobierno Nacional, aunque este carecía de autoridad administrativa sobre la ciudad, que formaba parte de la provincia de Buenos Aires.
En 1882 el Congreso Nacional creó las figuras del Intendente y el Concejo Deliberante de la ciudad.
El intendente no era elegido por voto popular, sino que era designado por el Presidente de la Nación en conformidad con el Senado.
El primero en ejercer el nuevo cargo fue Torcuato de Alvear, designado en 1883 por Julio A. Roca. En cambio el Concejo Deliberante sí era votado por los habitantes.
La necesidad del gobierno nacional de federalizarla, sumada al movimiento de tropas ordenado por el gobernador de la provincia, Carlos Tejedor, produjo en 1880 una serie de enfrentamientos que terminarían con la derrota de la provincia de Buenos Aires y la federalización de la ciudad. Posteriormente, la provincia cedió los partidos de Flores y Belgrano, que fueron anexados al territorio de la Capital Federal, recibiendo a cambio una compensación económica.
Además la ciudad se volvió cosmopolita, a diferencia del resto del país, y desarrolló una potencialidad financiera y cultural. La Nación hizo todo lo posible por agrandar y embellecer la ciudad que ahora le pertenecía. De 337.617 habitantes en 1880, la ciudad pasó a tener en 1895 649.000 de los que solamente 320.000 eran nativos.