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Foto del escritorMar del Plata - La Perla del Atlántico

El Marquesado: la historia del monumental balneario argentino que terminó en la ruina

El desarrollo ubicado entre Chapadmalal y Miramar se publicitaba como un anfiteatro sobre el mar único en el continente, pero sus años de gloria duraron poco


Por Facundo Di Genova para La Nación

Para construirlo hicieron un gigantesco boquete dentro de un acantilado a fuerza de explosiones con dinamita, como si fuera una mina a cielo abierto, pero a orillas del mar.

El proyecto era tan soberbio que debía llevar un nombre que estuviera a la altura de semejante apuesta. Lo llamaron El Marquesado, un balneario con tres terrazas circulares, forma de anfiteatro y vista escalonada al océano Atlántico, situado entre Chapadmalal y Miramar,a metros de la Ruta Provincial Interbalnearia 11.


Lo promocionaron como un country club de “categoría residencial”, de acuerdo con un folleto distribuido en noviembre de 1977. El título del aviso decía así: “Invierta en el negocio más importante y seguro del país para ganar lo que jamás imaginó”.

No había una playa más sofisticada en todo el continente americano y sus promotores se jactaban de su atrevido diseño, sus vistas panorámicas y su infraestructura, y todo a solo treinta minutos del puerto marplatense.

Con toda esa pompa se inauguró el balneario “más valioso, señorial y privilegiado de toda Latinoamérica”.


Más de 40 años después de aquellos titulares, el lugar parece haber sido bombardeado como un búnker de la Segunda Guerra Mundial.


Los viajeros que se animan a recorrerlo quedan impactados. Con escombros por todas partes, las paredes todavía resisten tapizadas por grafitis y yuyos, la única forma de vida que aflora entre la destrucción y una energía poco hospitalaria.

Parece como si aquellas explosiones con dinamita sobre las que se erigió El Marquesado hubieran sido devueltas todavía con mayor fuerza por la furia irrefrenable de la naturaleza.

El Marquesado, un anfiteatro con vista al mar

El proyecto de construir una playa pulverizando un pedazo de acantilado había nacido de Osvaldo Alejandro Morales, titular de Sierra Leona Sociedad Anónima, y venía a poner en valor al nuevo barrio “privado” que se levantaba al otro lado de la Ruta 11.

El Marquesado Country Club sería así la coronación del nuevo trazado catastral del mismo nombre que había comenzado a lotearse en 1974 sobre tierras provinciales, a 39 kilómetros de Mar del Plata, en el extremo sur del partido bonaerense de General Pueyrredón.


Una serie de decretos y resoluciones le dieron luz verde a Morales para excavar una salida al mar que completara su proyecto inmobiliario; primero, el teniente coronel Alejandro Molteni, director de Turismo de la provincia de Buenos Aires, validó los planos y la ejecución de las obras en 1975; después, el gobernador bonaerense de facto, general Ibérico Saint-Jean, rubricó el decreto 2606/77, aprobando la obra un 15 de noviembre de 1977.

Como era natural en esos tiempos, no se realizaron estudios de impacto ambiental.


Además de los tres niveles de terrazas circulares, las carpas y las escaleras de hormigón, el desarrollo contaba con bajada náutica, minigolf, confitería, iluminación con vapor de mercurio y una playa de estacionamiento para 250 coches. “Totalmente terminado y habilitado, con rango y jerarquía internacional”, decían los anuncios.


El barrio y el balneario, separados por la ruta pero unidos por el mismo desarrollador, completaron más de 20.000 cuadrados. Eran tiempos en los que se barajaba también hacer un puerto para lujosas embarcaciones.


“Estas obras han sido realizadas con el esfuerzo y la bendición de obreros y empresarios argentinos”, puede leerse en la plaqueta fundacional del balneario ahora en ruinas.

Apogeo y caída de un balneario sin playa

A partir de su inauguración oficial para el verano de 1978, El Marquesado se convirtió en un sitio selecto, pero su esplendor duró poco.

Los cambios de gestión en la concesión, la distancia “incómoda” a la ciudad de Mar del Plata, las crisis políticas y económicas y, en especial, la modificación que sufría la playa en esa zona, que año tras año tenía menos arena, sumieron a El Marquesado en una decadencia de la que ya no pudo salir.


El último operador privado que tomó la concesión no prosperó. Fue a mediados de los años 90, reconoce una fuente municipal a LA NACION, y desde entonces el sitio quedó abandonado.


Al otro lado de la ruta, el barrio “privado” tampoco fue el éxito que prometían los anuncios, aún cuando muchos de quienes compraron parcelas lograron construir viviendas que ahora son usadas como casas de fin de semana o de veraneo. También hay algunas familias que viven de manera permanente.

La guita que pusieron ahí no tiene nombre”, reconoce un funcionario provincial. Cuenta que la propiedad ahora pertenece al partido de General Pueyrredón,y que resultaría muy difícil volver a concesionarla como balneario por una razón muy simple: “Ya no tiene playa, no hay arena, el agua pega contra la edificación”.


Y es que las olas parecen querer subir por las viejas escaleras de El Marquesado. La arena ha quedado bajo el agua y el viejo balneario parece meterse de lleno en el mar, como queriendo desaparecer para siempre.


El viento del sudeste golpea fuerte, pero no ha erosionado la zona tanto como la “interferencia antrópica”, caracterizada por la construcción de edificaciones y barreras de defensa costera hormigonadas para hacerle frente al océano.

Modificaciones de la línea costera como estas han provocado el aumento en el ritmo de destrucción del acantilado y la desaparición de la playa, de acuerdo con un estudio de Mónica García y Marcelo Veneziano del departamento de Geografía de la Universidad de Mar del Plata.


En esa zona, los investigadores identificaron un retroceso costero de al menos 14 metros en solo tres años. Incluso hacia el norte del balneario, el mar se fue comiendo el acantilado contiguo y se acerca cada vez más peligrosamente a la Ruta 11.

Pese a la desaparición de la playa, las ruinas del “negocio más importante y seguro del país” siguen de alguna manera en pie, para el disfrute de pescadores anónimos y buscadores de misterios. Como una mina a cielo abierto, pero a orillas del mar.


Fuente: La Nación

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