Los valles Calchaquíes forman un sistema de valles y montañas del noroeste de Argentina que por 520 km se extienden por el norte desde La Poma (Salta) hasta Punta de Balasto (Catamarca) al sur, y por el oeste desde las sierras de Quilmes (o del Cajón) y hasta la cadena montañosa de San Francisco y sierras del Aconquija en el este.
Están considerados entre los sitios más notables y bellos de la Argentina, donde se asentaron los nativos pertenecientes al gran complejo étnico diaguita-cacano de los calchaquíes, dando lugar al desarrollo de una variedad de culturas, entre las que se encuentran la cultura agroalfarera Santa María, Candelaria, Cóndor Huasi, Famabalasto, entre otras.
Recibe su nombre de una de las tres naciones cacanas, los calchaquíes, una parcialidad indígena que estuvo en guerra aproximadamente 100 años con los invasores españoles, conocida como las guerras Calchaquíes, iniciadas en 1562 por su jefe militar Juan Calchaquí.
El valle Calchaquí se encuentra bañado
por el río Calchaquí que recorre el valle de norte a sur y, más al sur, por el río Santa María de sur a norte. Ambos confluyen próximos a la localidad de Cafayate formando el río de las Conchas.
El Valle Calchaquí en toda su extensión, se encuentra sembrado de pueblos antiguos y sitios precolombinos y coloniales, en gran medida intactos, como Cachi, Amaicha del Valle, Santa María, Cafayate, San Carlos, Angastaco, Molinos, Seclantás, entre otras.
El valle de Tafi (Tafí del Valle) en la provincia de Tucumán está separado del Valle Calchaqui por el cordón montañoso San Francisco.
Rodeado de las cumbres más altas de la Cordillera Oriental, puede destacarse como el más alto el Nevado de Cachi.
Cabe destacar que esta cumbre (6300 m s. n. m.) no forma parte de las Sierras Pampeanas (cumbres del Aconquija y cumbres Calchaquíes, Sierras del Cajón o de Quilmes), sino de la cordillera de los Andes o a lo sumo precordillera de San Juan.
La grandeza de los colores, formas y relieves que ofrece el Valle Calchaquí se encuentra acompañada por la abundancia de formaciones geológicas muchas de ellas producidas por la erosión. Existen valles laterales muy estrechos que se destacan por la abundancia de curiosas formas geológicas, entre las que se destacan la Quebrada de las Conchas y la Quebrada de las Flechas.
Para conocer los Valles Calchaquíes y apreciar sus hermosos paisajes y los pintorescos pueblos de principios de siglo XVIII enclavados en su geografía, se debe recorrer un total de 520 kilómetros a través de tres rutas troncales, la R.P Nº 33 y las R.N Nº 40 y 68.
Desde el inicio mismo la fascinación se apodera de los viajeros cuando ingresan a la Quebrada de San Fernando de Escoipe; encerrada entre las montañas y flanqueada por la R. P. nº 33, indica el comienzo de la aventura.
La vegetación en esta zona corresponde a la del bosque montano, con presencia de plantas hidrófilas y xerofíticas. Añosos laureles, sauces, nogales, durazneros, álamos y algunas coníferas son la constante en esta vía.
Desde el vehículo en el que se transita se logra ver terrazas o andenes de cultivo de maíz, avena, arvejas o porotos de manteca posados sobre las laderas de los cerros que circundan la ruta.
El camino de ripio consolidado es cruzado por vertientes de deshielo que bajan desde las alturas pero que de ningún modo constituyen un obstáculo para el paso de los turistas. La Quebrada de Agua Negra y el río Malcante acompañan el paso del visitante en esta etapa de la excursión.
Al terminar la Quebrada de Escoipe
comienza la zigzagueante "Cuesta del Obispo", llamada así porque en 1622 la máxima autoridad eclesiástica salteña – monseñor Cortázar –, que viajaba de Salta a Cachi, pernoctó en la mitad del camino a 3.400 m.s.n.m.
En el punto más alto de la cuesta, "Piedra del Molino", se encuentra la capilla de San Rafael Arcángel, "Patrono del Viajero".
Desde allí se logra obtener una inolvidable vista de la pendiente interminable, que se mimetiza con la conformación granítica de feldespatos, mica y cuarzo que se halla en la región.
Continuando la marcha, se pasa por un lugar que es el fiel reflejo de su nombre: el "Valle Encantado", un sitio de ensueño con tierras rojas y pasto verde donde las rocas ciclópeas y lo accidentado del terreno dejan atónito al turista más osado y acostumbrado a deleitarse con las maravillas naturales.
Luego de descansar la vista ante tal obra natural, se comienza a descender por una depresión de altura. El camino conduce al visitante hacia Cachi Pampa – "pampa de sal" en lengua cacán.
Luego de unos kilómetros, se entra en la Recta de Tin Tin, totalmente pavimentada y de 12 kilómetros de extensión.
Lejos se observan las imponentes Cumbres de Curacatao con sus cimas nevadas.
El recorrido siempre presenta una particularidad del paisaje, digna de ser contemplada.
El Parque Nacional Los Cardones da la bienvenida y el asombro del visitante ante los millares de cardones, dispuestos como almácigos por todo el terreno, se vuelve casi incomprensible.
Es admirable observar las distintas formas que adquieren los cactus pasacana. Algunos ejemplares alcanzan a medir hasta 6 metros de altura y, considerando que crecen unos 5 cm por año, es fácil sacar la edad de los mismos.
La zona donde se encuentran dispuestos los cardones presenta un relieve alternativo de basalto andino que sufre una acción metamórfica como consecuencia
de la amplitud térmica reinante – de 0º a 35º C –, por lo que se manifiesta de forma resquebrajada. Vegetales como jarillas negras con cholongas amarillas acompañan a los cardones frente al desolado paisaje.
La Recta de Tin Tin dobla frenéticamente hacia la izquierda. Al fondo se observan las “Cumbres del Libertador” y el “Nevado de Cachi” de 6720 m.s.n.m. De esta manera se comienza a transitar por los Valles Calchaquíes propiamente dichos. Por donde alguna vez circulara el inca Atahualpa, otra vez Juan Calchaquí, y luego los españoles como Don Diego de
Almagro en 1536. Ese momento es apasionante; pasando Payogasta se empalma la enigmática e histórica ruta 40, uno de los caminos más excepcionales de la Argentina. A ambos lados se encuentran silenciosos los Valles Calchaquíes que parecen observar al audaz expedicionario.
Luego de unos kilómetros, el pueblo de Cachi abre sus puertas para mostrar su inocente hermosura. Es un buen momento para parar, descansar unos instantes y recorrer la localidad de neto corte colonial.
Cachi significa “sal” en lengua quechua o cacán, y su nombre se debe a que los nativos de la zona habían confundido la cumbre del Nevado con una gran salina. Al recorrer el poblado el visitante se encuentra con la cordialidad de su gente, que parece no desentonar con el entorno arquitectónico.
Las calles empedradas, las edificaciones blanquecinas, la parroquia y el reconocido Museo de Arqueología, dispuestos alrededor de su plaza de mediados del siglo XVIII, generan contemplación y admiración en los visitantes.
Luego de una rica comida regional, compuesta por tamales, locro, humita o
picante de pollo acompañada con un buen vaso de vino (sólo uno porque debe continuar la travesía), la vuelta a los valles continúa asombrando a los viajeros.
Por la ruta 40 se comienza a pasar por distintos poblados diseminados a lo largo de los valles que en cierta manera ya conforman parte del paisaje calchaquí. En el pueblo de Seclantás es muy probable que encuentre a sus pobladores trabajando en los telares, realizando legítimas obras artesanales como ponchos, cinturones y fajas. Si se anda con tiempo, recomendamos frenar en la casa de don Alfredo Guzmán, alias el “Tero”, quien gustoso cuenta algunos de sus secretos personales a la hora de tejer en el telar. Otro singular atractivo de este poblado es su iglesia de 1835, que posee como patrona a la Virgen del Carmen.
Más adelante se encuentra San Pedro Nolasco de los Molinos, otra localidad que fue fundada a mediados del siglo XVIII y posee casas de adobe con pórticos y galerías. Su iglesia de estilo cuzqueño está construida con piedra de cuarzo y sus patrones son San Pedro Nolasco de los Molinos y la Virgen del Rosario.
Durante el paso por la misteriosa ruta 40
se logra observar a varios peones de las estancias “La Angostura” y “La Arcaídia” desyerbando viveros de cebollas o vigilando celosamente las cabras.
De pronto una especie de oasis en medio de los Valles Calchaquíes enseña la puerta de entrada a “Angastaco”, que en idioma aborigen cacán significa “pueblo de la aguada del alto”. La estrofa escrita en el cartel de bienvenida al pueblo por Manuel J. Castillo denota la gentileza de los habitantes de la región: “Caminante que llegas a este pueblo arenoso, permite que Angastaco te ofrezca su fortuna, su amistad y su vino que beberás dichoso mientras pisas el blanco corazón de la Luna.”
Continuando la zigzagueante ruta, la topografía del lugar comienza a mostrar majestuosidades pétreas como la Quebrada de las Flechas o Piedra Pintada.
Luego de unos kilómetros se pasa frente a San Carlos, que era considerado el “granero del Alto Perú” cuando la Compañía de Jesús comenzó a asentarse en la zona. Es de destacar su iglesia de origen cuzqueño del año 1760.
Durante el trayecto el canto del paisaje se hace más intenso. Las campiñas de Tolombón, San Antonio y Acochuya preparan los sentidos del viajero para cuando llegue a Cafayate.
Cafayate está flanqueada por ríos, médanos y viñedos donde se cultiva la
cepa del torrontés en una variante reconocida mundialmente utilizada para elaborar vinos con exquisito sabor, cuerpo y color.
Una vez allí, se puede descansar en alguno de sus hoteles y preparar para la mañana siguiente. Antes de partir de Cafayate hay que conocer las bodegas que conforman el Camino del Vino, donde se aprenden los secretos más selectos de la elaboración y se degusta las más sabrosas producciones del vino de la localidad.
El pueblo tiene un estilo arquitectónico entre colonial y barroco de fines de siglo XIX, como lo demuestra su catedral con cinco naves.
La vuelta por los Valles Calchaquíes se reanuda rumbo al punto de partida, la ciudad de Salta. Saliendo de Cafayate, se debe tomar la R. N. nº 68, totalmente pavimentada y en excelentes condiciones. La travesía continúa a través de la Quebrada de Cafayate que descubre coloridas formaciones rocosas brindando un espectáculo sin precedentes.
La imaginación juega un papel fundamental en este tramo del trayecto ya que las areniscas arcillosas son “trabajadas” por la erosión eólica y fluvial y adoptan formas conocidas. De este modo se pasa frente a la “guardería de lanchas”, “el Conejo”, “el Obelisco”, “el Fraile”, el “Anfiteatro” y la “Garganta del Diablo” – entre otras que hechizan al visitante.
En el camino se cruza el río Santa María, único en el país que corre de Sur a Norte dada la conformación geofísica y orográfica de la región. Este río aflora cuando intercepta el río Calchaquí, donde adopta el nombre de Río de las Conchas en alusión a la quebrada que lo rodea que posee una alta presencia de fósiles marinos.
Cruzando la población de Alemania, se entra al reconocido Valle de Lerma, que revela la cercanía con la capital salteña. Este fértil valle tiene una extensión de 120 kilómetros de largo y 40 kilómetros de ancho, con frondosas serranías, tierras cultivadas con plantaciones de tabaco y con un excelente clima durante gran época del año.
El Valle de Lerma presenta una línea divisoria de aguas, lo cual provoca que una parte del caudal de sus ríos desagote hacia la cuenca del río Bermejo, mientras que la otra parte de sus aguas se acumula en el dique Cabra Corral para continuar por el río Juramento.
Los últimos poblados saludan al viajero ante su paso.
La Viña, Ampascachi, Coronel Moldes y El Carril, con sus arquitecturas coloniales, sus artesanías, sus músicas y sus poesías regionales, despiden a los turistas que regresan a Salta capital totalmente sorprendidos por las vivencias originadas luego de haber recorrido el extenso territorio de los Valles Calchaquíes.
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