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Foto del escritorReinaldo Cernadas

Monumento natural Bosques Petrificados

El parque nacional Bosques Petrificados de Jaramillo es un bosque petrificado protegido ubicado en el noreste de la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia, Argentina. Fue creado en diciembre de 2012 con el objeto de aumentar la protección del monumento natural Bosques Petrificados.

El Parque Nacional Bosques Petrificados está ubicado en Jaramillo, provincia de Santa Cruz. Posee una superficie de 63.543 hectáreas pertenecientes a la ecorregión Estepa Patagónica. Además, a estas hectáreas se suman las 15.000 pertenecientes al Monumento Natural Bosques Petrificados, que suma un total de 78.543 hectáreas.

Hace unos 150 millones de años, durante el Período Jurásico Medio Superior, el área que ocupa este Monumento Natural presentaba un clima estable de gran humedad. En esta región se desarrollaban densos bosques con árboles de porte gigantesco, entre los que se destacaban antiguos parientes de los pehuenes o araucarias.


Con las erupciones volcánicas en los inicios del Cretácico y el inicio del levantamiento

de la Cordillera, el territorio patagónico fue sepultado con cenizas y lavas y los bosques se petrificaron.

El 5 de mayo de 1954, por Decreto 7.252, se creó el Monumento Natural Bosques Petrificados para incorporar al sistema de áreas protegidas nacionales el notable banco de flora fósil de 10.000 hectáreas de superficie. Sin embargo, la magnitud e importancia del yacimiento, reconocidas por especialistas nacionales y extranjeros, motivaron que junto a otras razones el Consejo Agrario de Santa Cruz, en el año 1984, aportara unas 5000 hectáreas más.


Más tarde, la Administración de Parques Nacionales adquirió los predios de dos estancias vecinas, con lo que la superficie superó las 60.000 hectáreas. El 27 de diciembre de 2012 se promulgó la Ley 26.825, mediante la cual se creó el Parque Nacional Bosques Petrificados de Jaramillo.

El relieve, sumamente ondulado, está circundado por altas mesetas. Al sudoeste, los cerros Madre e Hija, con sólo 400 m de altitud y de contextura basáltica, fruto de las prehistóricas actividades volcánicas, reinan sobre el paisaje presentando el aspecto de un morro.


En el sector más bajo, la laguna Grande,

de escasa profundidad, aparece y desaparece según las condiciones climáticas. Su formación se origina por la acumulación de agua de las pocas pero intensas lluvias, y sufre una rápida evaporación debido a la impermeabilidad del suelo, a la gran exposición solar y al continuo viento.


La mirada de medusa

Lejos de los mitos, la petrificación, así como otros fenómenos naturales, es el resultado de largos procesos de transformación y de confluencia de múltiples factores.


Volvemos a ubicarnos en el período jurásico medio, cuando los volcanes convulsionaron el cálido y húmedo ambiente patagónico.


Las sucesivas lluvias de cenizas y los tempestuosos vientos, súbitamente fueron tapando los árboles y otros organismos vivientes, permitiendo su conservación a lo largo de milenios.

Luego las precipitaciones, cargadas de sales de silicio, atravesaron las cenizas y penetraron en los tejidos vegetales iniciando el proceso de sustitución. De este modo, la materia orgánica fue reemplazada por materia inorgánica mineral, proceso que se conoce como mineralización o petrificación.


Lo más sorprendente es que los árboles quedaron fosilizados en el mismo lugar

donde transcurrieron toda su vida, encontrándose ejemplares con sus raíces y la parte basal del tronco parado, además de otros orientados de este a oeste.

Por esta razón, recibió la denominación de bosque petrificado. Se lo considera único en el mundo porque los demás yacimientos, ubicados en distintas regiones, fueron arrasados tanto por los ríos como por los glaciares.


Según los estudios, la edad estimada de algunos ejemplares rondaría los 1000 años

antes de la petrificación, a los que se les debe sumar los 150 millones de años hasta nuestra época.


Desolación

La estepa patagónica presenta en esta región su vegetación típica, que apenas tapiza el suelo, adquiriendo la apariencia de un desierto. Es tanta la aridez del suelo que verdaderamente sorprende la adaptación de la flora a condiciones ambientales tan adversas. La vegetación rala y achaparrada, de muy diversa posición taxonómica, toma formas compactas y semicirculares, cubierta por una espesa cutina que disminuye la evaporación. Bajo este aspecto, si el invierno tuvo importantes precipitaciones de agua o nieve, en primavera se distinguen por su hermosura cactáceas de grandes flores anaranjadas y varios géneros de margaritas de colores amarillos y, más raros, blanco-rosados. Si, en cambio, la estación invernal fue seca, el proceso se invierte: no hay germinación ni rebrote y, en consecuencia, no se desarrolla la flora.

Sobre los cañadones crecen arbustos que llegan hasta los 3 m de altura como molles, duraznillos, coirones amargos, algarrobos patagónicos, matas negras, colapiches y calafates, entre otros.


En los ambientes de humedad casi permanente como los pequeños mallines crecen los juncos y, en áreas más desérticas, sólo proliferan algunos líquenes y arbustos chicos de hojas reducidas.

Cercanas a los senderos de araucarias petrificadas, pueden verse pequeñas manadas de guanacos. La población de estos herbívoros está íntimamente ligada a la disponibilidad de vegetales, porque los largos períodos de sequía ocasionan una gran mortandad entre estos animales.


A su vez, son perseguidos por los estancieros de la zona, argumentando que compiten con el ganado doméstico en las pasturas y el agua.

Otro mamífero herbívoro es la mara o liebre patagónica, desplazada en parte por la liebre europea, que también habita el territorio del Monumento Natural Bosques Petrificados.


Entre los depredadores encontramos al gato montés, el gato del pajonal y el puma, a los que los hacendados acechan por considerarlos un fuerte impacto sobre el ganado.

Los zorros grises y colorados son los carnívoros menores del área, muy codiciados por sus pieles.


También habitan el lugar el zorrino y pequeños cavadores como el piche patagónico, los chingolos y las lagartijas de variadas tonalidades.


Las aves que alberga la región son el choique o ñandú petiso, símbolo de las

aves corredoras australes, perdices como la copetona y el keú patagónico, el carancho, el águila mora y otras especies típicas de los arbustales de la estepa como el patagón y el coludito de cola negra.

En tiempos prehistóricos, existían poblaciones de cazadores-recolectores que, favorecidos por la diversidad de microambientes del área, disponían de recursos en espacios accesibles con cortos desplazamientos: agua durante todo el año, resguardo, leña, buena visibilidad y animales como guanacos y choiques para la cacería.


La abundante disponibilidad de rocas para tallar, les permitía confeccionar distintos elementos.


Se hallaron numerosos asentamientos, picaderos o talleres, campamentos base, enterratorios y canteras para la extracción

de materias primas, entre ellas, la madera fósil que era seleccionada para la fabricación de instrumentos de piedra.


Para tener en cuenta:

Principalmente por la insuficiencia de agua potable, el Monumento no posee áreas de acampe. En consecuencia, para visitarlo conviene proveerse de agua, alimentos y combustible en la localidad más cercana, a 200 km de distancia.


Los itinerarios se limitan a un sendero peatonal que transita 1.000 metros para apreciar las araucarias petrificadas y, previa autorización del guardaparques, los faldeos del cerro Madre e Hija, que ofrecen una atractiva vista. También existe un pequeño museo en la Seccional del Guardaparques.


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