La Estancia Jesuítica Santa Catalina es un conjunto edilicio integrado por la iglesia, los claustros, las galerías, los patios, los talleres, el tajamar, las huertas y las rancherías, constituye una de las más valiosas obras de la arquitectura colonial conservadas en Argentina. La estancia ha sido declarada Monumento Histórico Nacional en 1941.
Junto a las estancias de Caroya, Jesús María, La Candelaria y Alta Gracia), y a la denominada Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdoba, ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, el 29 de noviembre de 2000.
Santa Catalina está localizada en un paraje rural en el que se conservó el entorno natural, a 20 km al oeste de la ciudad de Jesús María, y a 70 km al norte de la ciudad de Córdoba.
La mejor forma de llegar es por Ruta Nacional N.º 9 hasta Jesús María, y desde allí tomar el camino que va a Ascochinga.
A 7 u 8 km de distancia se encuentra un desvío a mano derecha que conduce a Santa Catalina, por camino de tierra.
Estancia Jesuítica Santa Catalina
Por Pablo Etchevers
La más grande de todas las estancias jesuíticas, Estancia Santa Catalina fue fundada en 1622.
Íbamos al norte rumbo a Ascochinga, siempre siguiendo por la Ruta Nacional Nº 9, pero esta vez a 70 kilómetros de Córdoba Capital, unos 20 kilómetros al noroeste de Jesús María, donde se toma un camino provincial secundario.
Allí volvimos a remontar la historia. En las antiguas tierras de Calabalumba la Vieja, en la actual provincia de Córdoba, la Compañía de Jesús compró en cuatro mil quinientos pesos la Estancia de Santa Catalina que, por ese entonces, comprendía algunas precarias construcciones y muchas cabezas de ganado.
Debido a la gran insuficiencia de agua, la primera gran obra de los jesuitas fue de ingeniería hidráulica: un conjunto de conductos subterráneos por el cual el agua llegaba a la finca desde Ongamira, a varios kilómetros de distancia en las sierras, y era almacenada en un gran tajamar.
Así, Santa Catalina se convirtió en el gran centro de producción pecuaria con miles de cabezas de ganado vacuno, ovino y mular, además del obraje con sus telares y aparejos, la herrería, la carpintería, el batán (bastidor oscilante de telar) y dos molinos.
Pero más allá del gran emprendimiento productivo, Santa Catalina es conocida por su iglesia, ejemplo del barroco colonial en Argentina, visiblemente influenciado por la arquitectura centroeuropea del mismo estilo.
Más de un siglo después de adquirir la estancia en 1754, los misioneros jesuitas terminaron de erigir la iglesia.
Su imponente fachada, flanqueada por dos torres y un portal en curva, es de líneas y ornatos gráciles, con pilastras y frontones curvos.
En su interior fascina la armonía de las proporciones: una sola nave en cruz latina que culmina en la cúpula circular con ventanas en la bóveda, el gran retablo del altar mayor tallado en madera y dorado, en el que se destaca un lienzo representativo de la santa patrona de la estancia, una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la Paciencia y la talla policromada de un Cristo crucificado.
A la monumental iglesia se le fueron sumando las demás construcciones del predio al estilo del Medioevo, claustros cercando patios, galerías con bóvedas de cañón, talleres, caballerizas, depósitos, huertas y rancherías.
Luego de la expulsión de la Orden, Don Francisco Antonio Díaz adquirió la estancia Santa Catalina en una subasta promovida por la Estancia de Santa Catalina Junta de Temporalidades, y permaneció en manos de cuatro ramas de familiares descendientes hasta la actualidad.
Si bien en 1941 fue declarada Museo
Histórico Nacional, para internarse en los solariegos patios y recorrer la estancia hay que pedir permiso, ya que sus habitaciones son ocupadas por sus dueños.
Doña Lili, la fiel cuidadora del santuario, acompaña a los visitantes en su recorrido por el altar, los retablos y la sacristía.
En lo que antes era la ranchería de indígenas y esclavos, hoy se erige una pulpería campestre, donde se puede comer rodeado de artesanías y antigüedades.
Cualquier momento es bueno para recorrer la estancia, pero si decide hacerlo el 25 de noviembre o el último domingo de enero se encontrará con las fiestas patronales, que envuelven a Santa Catalina en un clima festivo, pleno de ritos y tradiciones.
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