A lo lejos se escucha el particular ruido y un par de turistas ya lo detectaron. Como si fuera un contagio masivo, en la playa todos comienzan a mirar el cielo. Desde la zona de carpas, en la orilla, quienes entran al mar, todos apuntan hacia el mismo objetivo. Los más chicos abren los ojos todo lo que pueden y apenas parpadean. Y lo que está sucediendo en esta playa, en segundos se reiterará en la de al lado, y en la otra, y en la de más allá. “Está loco”, es la frase más escuchada.
Se refieren a Jorge Malatini, 60 años, nacido en Carlos Casares, quien desde hace 21 temporadas paraliza los corazones de turistas y marplatenses con sus acrobacias aéreas sobre el mar.
¿Sabe que en la playa todos lo tildan de loco?, se le comenta en tierra firme. “-¿Sólo en la playa? No, así me llaman en todo el país”, responde y lanza una sonora carcajada que contagia a Emilse, su bella esposa, también piloto y compañera de cabina en muchas de esas increíbles incursiones.
Malatini lleva 44 años volando y 40 realizando acrobacias. Ama lo que hace, siente pasión. “Cuando era chico, padres separados, vivía con mis abuelos, y barría hangares, lavaba aviones, y sólo quería hacerme de conocidos y amigos para que me llevaran a volar. A los 9 me subieron por primera vez a un avión, y en el 75, a los 18, pude volar solo”, recuerda.
Una entrevista realizada por LA CAPITAL hace dos verano permite conocerlo un poco más.
En el colegio pegaba “faltazos” importantes, con el guiño de las autoridades de la escuela que sabían que los aviones lo enloquecían. Era banderillero de fumigación y esa tarea podía comenzar a las tres de la mañana. Luego, con el paso del tiempo, él fue el fumigador, y con el dinero ahorrado se bancó la carrera y cursos en el país y en el exterior. A los 20 años, fumigando, terminó contra unos árboles, quedándole como recuerdo algunas cicatrices.
“¿Si pensé en largar? ¿Si vos chocás con tu auto no manejas más?”, minimiza quien llegó a ser comandante de Aerolíneas Argentinas, donde contabilizó 14.500 horas de vuelo, casi la mitad de las 31.900 que hoy luce con orgullo.
“El loco del avioncito”, además, posee licencias de paracaidista, aeroaplicador, instructor de vuelo, piloto de planeador, de helicóptero, de ultralivianos, parapentes, de línea aérea, de remolcador de planeadores, de combate contra incendios y obviamente de exhibición acrobática. En realidad, nada de loco…
“Hablo mucho con el avión cuando estoy allá arriba”, reconoce. Se refiere a su Pitts-S-2B de 6 cilindros, biplaza, de acero cromo molibdfeno, madera y tela, de 6,50 metros de largo que pesa 520 kilos. “Hablo mucho con él”, reitera, y agrega que “nunca lo puteo, al contrario, lo mimo”, para explicar que “uno no piensa en la maniobra que está haciendo sino en las dos próximas que vienen”.
Giros rolados, vuelo invertido, filo de cuchillo, cabeza martillo, aproximación invertida, looping negativo, caída de cola, looping con toneles en el tope, son algunas de las arriesgadas maniobras que deleitan a los espectadores de la playa, pero también de otros escenarios en fiestas, festivales, o celebraciones provinciales.
“Al margen de las temporadas en la costa participo en 40 espectáculos anuales”, resalta, para reconocer luego la tarea de cada miembro de su equipo. “El que te lava el avión te puede salvar al encontrar un tornillo flojo o detectar una grieta”, ilustra quien entre más de 500 pilotos que realizan acrobacias se encuentra entre los tres mejores del país.
El “acróbata”, que fue copiloto de Marcos Di Palma en automovilismo, tiene claro que “lo primero es defender y proteger al público. Mi trabajo tiene mucho de logística, y la prioridad es proteger al que está abajo. No soy un kamikaze y si un día me levanto y no tengo ánimo para volar no lo hago. Tenés que tener todos los sentidos encendidos”.
Dice que jamás copió o imitó al número uno del mundo, Sean D. Tucker, con quien tiene contacto, explica que su avión puede llegar a una velocidad máxima de 350 kilómetros por hora y que un show de acrobacia dura 8 minutos aunque sus incursiones costeras demandan más de una hora ya que sale de Batán hacia Acantilados, desde allí recorre todas las playas hasta Mar Chiquita y emprende el regreso, con pausas en algunos lugares donde se convierte en la estrella. Tal es así que en una oportunidad, en Pinamar, Vicentico no tuvo más remedio que interrumpir un recital en la playa mientras todos miraban hacia el cielo, para volver a cantar cuando Malatini decidió seguir hacia otro destino.
“Nunca tuve miedo. El día que siento miedo me bajo del avión para siempre”, confiesa más adelante, cuando se decide a contar una de sus ocurrencias preferidas cuando asiste con amigos a algún restaurante, previa apuesta. “La mitad de los que están comiendo me conocen”, desafía a sus acompañantes que por lo general pierden la apuesta. Así, va desfilando por algunas mesas y saluda.
“Usted me conoce”, suele dispararle a los comensales en restaurantes de la costa. Ante los rostros de sorpresa, hace la pausa y remata: “¿Vio alguna vez al loco que vuela con el avioncito rojo en la playa? Bueno, ese soy yo, un gusto”, cuenta sonriendo.
Bromas similares lanzaba cuando era comandante del Boeing 737 de Aerolíneas. “Por ahí me ponía a charlar con un pasajero y le preguntaba si viajaría tranquilo sabiendo que el piloto es el mismo del avioncito de la playa. Obvio, todos horrorizados decían que no. A algunos, para no arruinarles el viaje, no les contaba el final del cuentito”, relata otra vez entre carcajadas.
“En esto siempre tenés que ser desconfiado. Acá el capot -grafica- se levanta todos los días. Un tornillo, un cable pegado, puede ocasionar un problema grave. Al avión lo trato con cariño, con suavidad, con decisión pero sin brusquedad”, refiere como si hablara de una mujer.
“Cuando bajo siempre le agradezco y lo abrazo”, añade quien sostiene que “este es un deporte de alto riesgo, donde no se improvisa ni se intentan maniobras no entrenadas”.
Fuente: lacapitalmdp.com
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