Por Bruno Perrone
Es un símbolo máximo, imponente, incontrastable, de ambiciones. De ambiciones personales, claro; las de Demetrio Elíades, el hombre que voló más allá en su afán, que aprovechó el éxito increíble de unos alfajores para erigir el sello imborrable de su nombre y su marca en lo más alto del cielo marplatense. Pero también de ambiciones colectivas, de ciudad; las de una Mar del Plata que ya renegaba de sus chalets y casonas y se entusiasmaba con la brisa fresca de la modernidad, con compararse frente a los paisajes urbanos de Estados Unidos y Europa.
No se trata solamente de una construcción de vanguardia para la época de – nada más ni nada menos – 125 metros de altura, de 39 pisos, con 273 departamentos, con una estructura desafiante de más de 60 toneladas de acero de alta resistencia, con un cartel de luces de neón de 6 metros de alto por 32 metros de ancho, y con una vista única y privilegiada de la inmensidad en la que se confunde el mar y la ciudad.
No: el edificio Demetrio Elíades, ése mismo que asoma sobre el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos en el cruce con la calle Olavarría y que fue bautizado por todos los marplatenses y turistas con el nombre “Havanna”, es mucho más que un catálogo frío de medidas y proporciones extraordinarias: es, ante todo, un testigo protagónico de la evolución arquitectónica y urbanística que atravesó la ciudad desde fines de la década del ‘40.
Ostenta también una consagración que ninguna otra construcción semejante logró: la de haber sido adoptado por la postal más seductora que regala “La Feliz”, como si fuera un elemento más de su naturaleza, como si siempre hubiera formado parte de la belleza incuestionable que da vida a la ciudad balnearia ¿Alguien podría imaginar una noche en la costa sin divisar la estela roja del cartel que el rascacielos luce como corona bajo la mirada celosa de las estrellas?
La gestación del “Havanna” comenzó en agosto de 1966 y culminó apenas tres años después. El arquitecto Miguel Bartolucci explica que el uso de técnicas de vanguardia permitió cumplir con tamaña travesía en tan poco tiempo. Fue sobre la lógica del sistema de construcción francés “outinord” – donde se implementa un encofrado metálico para arrojar el hormigón – que se le dio forma a los cimientos del edificio: se estima que la base de cada piso se construyó en poco más de una semana de trabajo.
La obra estuvo a cargo del prolífico arquitecto Juan Antonio Dompé, responsable también de entregar otras joyas de las que se apropió Mar del Plata como el Palacio Edén de 88 metros de altura que posa frente a la Plaza Colón o el Palacio Cosmos – que durante décadas, el repertorio popular lo identificó como “Pepsi” por la publicidad que brillaba en su cúspide – de 117 metros de altura, que se sitúa sobre la Avenida Colón entre Sarmiento y Alsina.
“La fachada del Palacio Edén tiene carpinterías desfasadas, que es el mismo jingle que hoy usan los arquitectos como si fuera toda una novedad cuando él ya lo hacía 60 años atrás. Dompé demostró que podía laburar en edificios de cualquier escala y siempre con muy buena resolución”, destaca Bartolucci, quien fue distinguido con un premio en 2014 por el Colegio de Arquitectos la Provincia de Buenos Aires (Capba) por su investigación en edificios de propiedad horizontal en la ciudad.
Finalmente, el 4 de diciembre de 1969 fue cuando se decidió la entrega de los departamentos de “Havanna”. La inmobiliaria Nannini-Barrera – tan exitosa que en ese mismo año llegó a tener 18 edificios para comercializar – se encargó de vender cada uno de los espacios de la imponente edificación gracias a una intensa y efectiva estrategia de marketing. Desde un principio, sembró gran expectativa por la obra a través de publicidades que reforzaban el impacto de sus dimensiones inéditas y que avisaban, con un grupo de trabajadores en primera fila: “Ya llegamos con el más alto…”.
Pero quien no pudo llegar al estreno de la “torre marplatense” fue el propio Demetrio Elíades porque falleció años antes. Por eso, a modo de homenaje, el edificio recibió su nombre: inicialmente, estaba previsto que la denominación fuera Palacio Beldevere, en sintonía con la lógica bajo la cual se había proclamado a las otras dos emblemáticas edificaciones de la Avenida Colón y de la Avenida Buenos Aires y Bolívar que también surgieron de las inversiones del empresario.
Al cumplirse medio siglo de vida del origen del “Havanna”, el arquitecto Bartolucci reflexiona en una primera instancia sobre el “cambio de época” que significó para Mar del Plata y el país la promulgación en 1949 de la Ley 13.512 de Propiedad Horizontal – sancionada un año antes en el Congreso – por el Gobierno de Juan Domingo Perón. “La ley cambió la construcción porque permitía construir en altura, que era algo que ya se hacía, pero haciendo subdivisiones en departamentos”, sintetiza, sobre su principal irrupción.
“Antes del ’48 y de los actuales edificios de PH, lo que existían eran las ‘casas de renta’, tal como marca la jerga de la historiografía de la arquitectura. Esto consistía en espacios de dos o más pisos que se construían para alquilar en la Ciudad de Buenos Aires y que se desarrollaron, sobre todo, en Recoleta y Barrio Norte. La diferencia clara es que estos edificios eran de un solo propietario y no se podían subdividir ni vender”, explica el profesional marplatense, en el mano a mano que le concede a 0223.
Bartolucci, quien dicta clases sobre la Historia de la Arquitectura de Mar de Plata en el Centro Cultural Teodoro Bronzini de Rivadavia al 3422, señala que las políticas promovidas por el peronismo y la consecuente ampliación de la industria nacional y de la clase obrera se tradujeron para “La Feliz” en la llegada de un “turismo más masivo de trabajadores y sectores medios”. Así, la fama de ser el “balneario de la oligarquía” del país fue quedando cada vez más lejos para la ciudad.
“En ese marco se produjo el cambio de perfil de Mar del Plata para dejar de ser, como decían algunos historiadores, la villa bucólica del ‘Biarritz argentino’. La transformación hacia un balneario de masas fue lo que permitió la aparición de los edificios en propiedad horizontal y el vínculo con una ‘Mar del Plata moderna’”, asegura.
Es que el imaginario colectivo de aquella época trazaba una relación directamente proporcional entre el concepto de modernidad y la presencia de edificios de gran altura. “La idea del rascacielos era una cosa que ya estaba impregnada en la sociedad. Acá, por ejemplo, la gente decía que estaban construyendo un rascacielos y era sólo porque veían un edificio de siete pisos”, grafica Bartolucci.
Sin embargo, el arquitecto investigador de esta clase de construcciones también pone el foco en otro importante cambio de lógica que se produjo desde el ’50 a partir del desarrollo que respaldó el peronismo con sus políticas: que las empresas de la industria predominantes en esta etapa eran fundadas por los mismos albañiles que antes habían sido contratados por los sectores de capitales más concentrados.
“El caso del ‘Havanna’ quizás resulte el más emblemático dentro de este análisis porque demuestra que el negocio de la construcción ya era tan grande que alguien que fabricaba alfajores y que sabía tanto de construcción como yo sé de astronomía, se podía dedicar a hacer edificios y con mucho éxito”, resalta.
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