Las corridas de toros realizadas en Mar del Plata en la década del '30 son sólo un capítulo de la insólita historia de Plaza España, que en más de una oportunidad estuvo a punto de desaparecer.
por Gustavo Visciarelli
Esta megaestructura funcionó en Plaza España desde 1934 y uno de sus concesionarios fue Jaime Yankelevich. Foto: Fototeca del Archivo Museo Roberto T Barili.
Plaza España guarda una colección de rarezas históricas. Por empezar, es la única de Mar del Plata que mantiene su nombre original, detalle menor a la sombra del siguiente: en 1892 la Municipalidad intentó vender sin éxito ese espacio público, delimitado por Libertad, Boulevard Marítimo, Chacabuco y Catamarca. En 1913 sus yermos terrenos fueron convertidos en pista de atletismo y en 1922 el intendente Rufino Inda levantó una cancha de fútbol con tribunas y vestuarios que convivieron con un tambo.
A principios de los años ’30 la cancha estrenó su nueva locación en Plaza Peralta Ramos (Colón y Dorrego) junto a un velódromo.
Otra vez desierta, Plaza España fue rozada por el oprobio en 1932: la actual Avenida Libertad, hasta entonces Constitución, pasó a cargar el nombre de José Félix Uriburu, el general que había derrocado al presidente Hipólito Yrigoyen.
En la noche del 26 de enero de 1933, algo trágico ocurrió en la oscura plaza. “¿Crimen o accidente?”, publicó LA CAPITAL, sin dilucidar el enigma. El cuerpo del obrero Luis Rubio había aparecido con el cráneo fracturado dentro de un pozo. Lo único concluyente de la crónica es que la excavación correspondía a las obras de la “Exposición Feria Parque, actualmente paralizadas”. ¿Cómo se entiende esa referencia?
En 1932 – plena Depresión Económica- había desembarcado en Mar del Plata la firma “Lindolhm, Cerqueira y Cía.”, de la que poco quedó escrito. Sabemos, sí, que la Municipalidad le “alquiló” la plaza mediante una “ordenanza contrato”.
La mencionada paralización de las obras fue, acaso, un antecedente del calamitoso final que se avecinaba y que era imprevisible a mediados de 1933 cuando los trabajos se aceleraron bajo la dirección del arquitecto Carlos Machiavello.
Plaza España vio aflorar en pocos meses un moderno complejo de hormigón compuesto por dos grandes líneas de pabellones destinados a exposiciones, una torre cilíndrica de 36 metros de altura que ofició de mirador, un “american dancing” semicircular y ¡una plaza de toros! con capacidad para 4.000 personas que cortó el tránsito de la calle Chacabuco.
Corridas incruentas
La prensa local anunció la inminencia de espectáculos taurinos y siguió con interés los devaneos del asunto. El Concejo Deliberante se apuró en delinear un marco legal, autorizando corridas de toros incruentas, con “banderillas sin pincho ni rejón” y con espadas de madera en el simulacro de matanza.
La ordenanza chocaba con la legislación nacional y provincial que prohibía las “corridas, lidias y parodias”, pero la aplicación de la normativa resultó asombrosamente dispar. De hecho, en 1932 se habían realizado sin oposición y con éxito dos espectáculos taurinos en un campo de Independencia y Alberti donde habitualmente la comunidad española celebraba sus romerías.
Grandes avisos publicados por LA CAPITAL en enero de 1934 anunciaron que la Plaza de Toros iba a ser inaugurada el día 14 por los diestros Alex y Blanquín, pero la Sociedad Argentina Protectora de Animales protestó ante el gobierno provincial, que prohibió el espectáculo. Resolución loable pero contradictoria si tenemos en cuenta que en el Pigeon Club (Torreón del Monje) la aristocracia perpetraba cotidianas matanzas de palomas.
La inauguración de la Exposición Feria Parque tuvo lugar el 18 de enero con un discurso del flamante intendente José Camusso y con diversas empresas exponiendo sus productos en los pabellones. Los diarios de la época elogiaron los “edificios monumentales”, en la Plaza de Toros hubo en los días siguientes un par de espectáculos musicales y circenses y los carnavales discurrieron allí con cierto brillo.
El affaire
Hacia fines de febrero los diarios empezaron a referirse al “affaire de la Exposición Feria”. La Justicia de Dolores diligenciaba ya el concurso de acreedores y el Concejo Deliberante elaboró un dictamen elocuente: la firma adeudaba un canon de 10 mil pesos a la Municipalidad, salarios de obreros y numerosos créditos a firmas marplatenses por un monto global de 120 mil pesos.
El torero Pedro Barrera Elbal durante una corrida realizada en Plaza España en 1935. Foto: Fotos de Familia | Enrique M. Palacio.
Un notorio personaje pronto apareció en escena. En 1935 el poderoso empresario Jaime Yankelevich, dueño de Radio Belgrano y futuro pionero de la televisión argentina, logró que la Municipalidad le concediera la Exposición Feria por un año. Justamente en el verano del ’35, con el protagonismo de toreros españoles, se realizaron las corridas incruentas que habían sido prohibidas el año anterior.
Parque de diversiones
Luego la Exposición Feria fue explotada hasta el fin de sus días por Luis Floro Guido quien resultó “comprador judicial” de los edificios y obtuvo sucesivas concesiones de la Municipalidad.
La Plaza de Toros pronto fue demolida en satisfacción de un viejo reclamo vecinal: la apertura de la calle Chacabuco. El resto de las instalaciones siguió funcionando como parque de diversiones veraniego y en la madrugada del 25 de octubre de 1938 su lúgubre estructura presenció la caminata de Alfonsina Storni hacia un muelle ubicado ligeramente al norte de Plaza España.
En 1944 la Municipalidad tomó posesión de los terrenos y demolió los edificios. Por primera vez en su historia, la plaza lució como tal, con canteros, bancos, esculturas y luminarias. Pero todavía faltaba un sobresalto: en 1946, el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia, en su afán por potenciar el turismo, propuso convertirla en una playa de estacionamiento. Por fortuna, la Municipalidad, con elegancia, desestimó la propuesta.
– Fuentes: diarios La Capital, La Prensa, el Trabajo, documentación consultada en el archivo Roberto Barili y en la biblioteca del Concejo Deliberante y en el libro Plazas Fundacionales de Mar del Plata de Marta Lamas.
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