Artemis, la diosa griega, tiene su monumento en la ciudad de Mar del Plata. Se trata de una copia de la copia y se la conoce como Diana la Cazadora, aunque cuenta con varios nombres. Una de las tantas bellezas con lugar ganado en nuestras plazas. El mítico origen y su llegada a la ciudad, en esta historia.
El mito se hace del nombre. Y el suyo, el original, era Artemis (Artemisa). En Roma la identificaron con la Diana itálica y latina. Y en el mundo entero por su accionar: la caza.
En toda la poesía griega no existe una diosa más pura, virginal y hermosa que brille como Artemis, la hermana gemela de Apolo. Hija de Zeus y Leto, nació primero y ayudó en el parto de su hermano. Al considerar las muchas penas y molestias que había pasado su madre al dar a luz, le pidió a su padre que le permitiera permanecer soltera.
Zeus no solo se lo permitió, sino que también la hizo diosa de los bosques y de la cacería en la tierra. Personificada con el arco y las flechas, permanece joven eternamente y complacida por la caza.
Se cuenta que, entre los tantos templos y representaciones que se hicieron de ella, una de las más bellas era la hecha por el escultor Leocares de Atenas entre los siglos III y II a.C. Casi de tamaño natural y totalmente de bronce, aquella primera hoy sobrevive solo en sus copias. Infinitas copias que inician con una romana hecha entre los siglos I y II d.C. Hoy, su lugar es el Museo Louvre de Paris, la sala de las Cariátides, donde llaman de distintas formas a su única belleza: Diana de Versalles, Diana cazadora (Diane Chasseresse), Artemisa de la caza o Diana con la cierva (Diana à la Biche).
Su bella figura se multiplica con el tiempo. De aquella diosa Artemis se generó la primera imagen por Leocares y de aquella original partieron las tantas admirables copias que hoy reinan en distintas partes del mundo. Entre ellos Mar del Plata.
El primer paseo costero de nuestra ciudad se diseñó en 1903. Comenzaba en lo que hoy es el cruce de la calle Rivadavia con la costa, e iba hasta el Torreón del Monje. El encargado de diseñarlo fue el reconocido paisajista francés Carlos Thays (Jules Charles Thays), quien hizo traer la ornamentación, la base escultórica en mármol de carrara y el mobiliario urbano desde Florencia, Italia.
Pero el propio dinamismo de la época hace que nazca la necesidad, en 1909, de extender este paseo costero. Es así que se vuelve a contratar a Thays para que diseñe la explanada sur que irá, ahora, desde el Torreón del monje hasta Cabo Corrientes. En esta oportunidad pide la ornamentación a la fundidora de arte de Val D'Osne, la más importante del mundo, quien envía un grupo escultórico para ornamentar esos nuevos 500 metros del paseo, todo hecho de hierro fundido.
Es así, entonces, que la encantadora Artemis, moradora de Grecia desde tiempos muy antiguos, con su figura genuinamente griega, llega a reposar en Mar del Plata. No por nada el ave migratoria era el símbolo de la Diosa de la lejanía, como se la conoció. Su reino eran las regiones despobladas, eternamente lejanas. Pero aquí se encontró con el mar y con una ciudad que, sabiendo a donde quería llegar, aún estaba en camino.
Ubicada sobre la costa, a la altura de Viamonte y el Boulevard Marítimo de la explanada sur, la Diosa cazadora de los pies ligeros, la de carácter cruel y sanguinario, aún no conocía su lugar definitivo. En 1938, cuando se desarma todo el paseo costero para darle lugar al recién autorizado proyecto del arquitecto Bustillo de urbanización de la bahía Bristol, se retiran todas las esculturas de allí.
Adolfo Primavesi, director de plazas y paseos del Municipio en aquella época, fue el encargado de decidir el emplazamiento de cada una de las obras. Aseguran que pensó minuciosa y estratégicamente el lugar para cada una de ellas. Y, al enfrentarse a Diana la cazadora, dicen que razones del corazón lo empujaron a darle como lugar para su santuario definitivo la Plaza Mitre, la misma que hasta 1901 se conocía como plaza Londres.
Artemis era honrada en todas las regiones montañosas y agrestes de Grecia: en Arcadia y en el territorio espartano, en Laconia, en el monte Taigeto, en Elide y en todo el resto también, hasta llegar a los lugares más distantes. Los antiguos ya la reconocieron como personificación de la Luna que anda errante. Pero lo cierto es que no todos los cultos de Artemis son lunares, y que la diosa, en el panteón helénico, ocupó el lugar de la “Señora de las Fieras”.
En toda la naturaleza libre y salvaje, en las montañas, en las praderas y las selvas, y ahora también sobre las playas, se reconocen los lugares donde ella baila y caza. “Le gusta el arco -dice de ella un himno Homérico-, el son de la lira, las danzas en rueda y los gritos resonantes”. Como su danza y su belleza pertenecen al encanto y esplendor de la naturaleza libre, está vinculada íntimamente con todo lo que en ella vive: con los animales y con los árboles. Esto acercaba a Artemis a las Amazonas, guerreras y cazadoras como ella y, como ella, independientes del yugo del hombre.
En las artes plásticas, el ciervo es su permanente atributo. Se la llamaba también “cazadora de ciervos”. O como dice Sófocles, “Artemis la cazadora de ciervos, con antorchas en ambas manos”. En la imagen local, réplica de aquella imagen romana, se la puede ver también acompañada por uno pequeño, mientras ella, joven y bella muchacha, se dispone a cazar. Sus 2, 17 metros de altura y un peso de 680 kilogramos no pueden evitar el dinamismo de la escena. Cubierta con una túnica corta a modo de vestido, el quitón dorio, el clásico peplo anudado a la cintura y sandalias en los pies, la diosa asimila el eco de otras tantas vidas.
El cabello aparece recogido y este así, nos permite una perfecta visión de su hermoso rostro, de sus ojos, del imaginado destino de su mirada. Sobre su espalda cuelga una aljaba de donde Artemis quiere tomar una flecha con sus delicados dedos. En su otra mano uno puede ver lo que falta. Logra uno reponer aquel arco de caza que apenas deja apreciar su arranque y que hoy está perdido. Perdido desde hace tanto tiempo que nunca pudimos verlo por completo.
De ese lado, junto a su mano izquierda, el ciervo macho y adulto, pero de tamaño inferior al natural, parece correr o saltar junto a ella. Estéticamente cuidado, quiere pasar sobre un tronco, que además cumple la función de sostener toda la escena.
La escultura de la Plaza Mitre se encuentra en estado original. Es decir, tal cual lucía en 1909. Su color amarronado responde a aquella primera oxidación del hierro fundido al estar en contacto con el aire de mar. La calidad del material hoy se encuentra en perfecto estado de conservación a pesar de tener mucho más de cien años, gracias al tratamiento oportuno y preciso de Costanza Addiechi, directora de Restauración de Monumentos de la Municipalidad.
Su nombre existe todavía. También su mito, así como su imagen. La reina de la naturaleza, la diosa salvaje, entra en la vida humana llevando consigo sus extrañezas y sus horrores, pero a la vez su bondad y su belleza.
Diana la cazadora: presencia silenciosa en dicha plaza que compensa toda la soledad de la naturaleza y atrae la atención del caminante. “De ella se desprende el fiel espíritu conocedor de esa eterna imagen del sublime carácter femenino como algo divino”, sostiene Walter Otto. Esa es Artemis. Esa es la representada en Diana la cazadora, la que de tan cerca que la tenemos aún no hemos podido admirarla. Vale la oportunidad de tanta belleza, enmarcada por una plaza céntrica, para captar la esencia de lo que se recordará por siempre. Aunque siempre sea una palabra esquiva para nosotros.
Fuente: 0223
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